Reconozcámoslo: no es fácil pedir hora al psiquiatra, más bien todo lo contrario. Dudamos mucho antes de llamar, pensamos mucho en anular, consideramos mucho el “no ir”. “Yo no”, “otro día”, y siempre tomamos algún café “antes de”, por supuesto.
Pocas especialidades médicas han sido tan satirizadas por el cine (paradigmático Woody Allen) y demonizadas por la opinión pública por prácticas diversas situadas, presuntamente, entre lo manifiestamente “inhumano” y lo “inútil” para una población también demonizada, los presuntos “locos”…
Nada más alejado de la realidad, o eso intento al menos que sean los encuentros con mis pacientes en la consulta. Personas normales con problemas normales, variaciones amplificadas de emociones, sentimientos, afectos y sufrimientos que todos conocemos, situados por debajo o por encima de una delgada línea roja que delimita las variables de la normalidad, susceptibles de autorregularse, de la patología pd.
Se trata de una hora para escuchar, dialogar, emocionarnos a veces… y trazar una hoja de ruta, una estrategia terapéutica. Me gusta que el paciente sepa de qué estamos hablando, ofrecerle posibles alternativas, consensuar la toma de decisión. Nadie es diferente porque todos los somos. El lugar que ocupamos en la mesa de la consulta viene definido por la trayectoria vital de cada uno, nada más, donde el paciente es experto en lo suyo y el experto en psiquiatría paciente en ocasiones.
Me gusta mirar más allá de los síntomas y la neurobiología que los sustenta, por importante que sea que lo es. Interesa conocer el contexto relacional, familiar, social y laboral donde anidan los problemas, su enquistamiento y, también, las posibles soluciones.
Espero que, juntos, podamos encontrarlas.
